La Serie A siempre ha tenido fama de ser un campeonato de control táctico, pero en la temporada 2024–25 ese estereotipo ya suena desactualizado. Muchas jornadas han dejado marcadores propios de ligas tradicionalmente más abiertas, y el debate ha cambiado: de “defensa italiana” a “partidos imprevisibles”. Lo más interesante es que este cambio no depende de un solo equipo dominador, sino de una combinación de evolución táctica, decisiones de plantilla y un estilo de liga más vertical y menos conservador.
La explicación más clara del aumento de goles es que la Serie A se ha acelerado en el momento más peligroso del fútbol: justo después de una pérdida o recuperación. Cada vez más equipos atacan en dos o tres pases en lugar de reiniciar la posesión y construir lentamente. Cuando el balón progresa más rápido, las defensas no alcanzan a replegar, y las ocasiones tienden a ser de mayor calidad: pases atrás, centros rasos y remates dentro del área, en vez de intentos lejanos sin demasiado peligro.
También se ha reducido el número de fases “muertas” en los partidos. Equipos de media tabla e incluso conjuntos que luchan por no descender presionan más arriba durante tramos del juego, lo que rompe estructuras. La presión no solo recupera balones: obliga a despejes apresurados y genera segundas jugadas cerca del área. Y aunque la presión falle, deja espacios entre líneas que los atacantes actuales —más rápidos y más verticales— saben castigar.
Por último, ha mejorado el perfil de tiro. No es únicamente que se dispare más, sino que se dispara desde mejores zonas. Entrenadores y analistas han insistido en priorizar las entradas al área, los desmarques al primer palo y las llegadas tardías desde el centro del campo. En el ritmo de los partidos se nota: menos posesiones lentas, más ataques directos y más situaciones que obligan al portero a intervenir.
Cuando solo uno o dos clubes dominantes marcan muchos goles, los promedios pueden engañar. Lo particular de 2024–25 es que el incremento se ha repartido a lo largo de la tabla. Los recién ascendidos han llegado con planteamientos más valientes, y varios equipos clásicos han dejado atrás un fútbol centrado únicamente en sobrevivir. Esto es clave, porque los partidos abiertos entre equipos de media tabla aportan una parte enorme del total de goles de una temporada.
Además, existe una convergencia de estilos: incluso equipos pragmáticos han aceptado que concederán ocasiones, así que priorizan generar las suyas. En la práctica, se ven laterales más ofensivos, mediocampistas que pisan el área, y un uso más inteligente de sobrecargas en banda para desordenar defensas. El resultado es un escenario donde ambos equipos crean oportunidades, en lugar de que uno se limite a proteger un 0–0 durante 70 minutos.
Y es importante remarcar que el aumento de goles no se debe únicamente a “defender peor”. Muchas defensas están bien trabajadas, pero afrontan situaciones más difíciles: contragolpes, duelos aislados, transiciones rápidas y llegadas tardías al área. Cuando el juego se vuelve más vertical, incluso bloques sólidos pueden parecer vulnerables porque las acciones que deben defender son, por naturaleza, más arriesgadas.
Hace una década, muchos equipos de la Serie A se sentían cómodos sin balón durante largos tramos y buscaban que el partido se moviera en un carril táctico estrecho. En 2025, la tendencia dominante es una agresividad controlada: se presiona por fases, se alterna entre referencias zonales y orientadas al hombre, y se intenta ganar metros antes. El efecto secundario es que los partidos se vuelven menos previsibles y más abiertos, sobre todo cuando los disparadores de presión provocan pérdidas en zonas de transición.
La salida de balón también ha cambiado. Varios clubes insisten en construir desde atrás incluso bajo presión, porque la recompensa es enorme si se supera la primera línea. Sin embargo, esa elección incrementa el riesgo de pérdidas peligrosas cerca del propio área. Un error en esa zona puede convertirse en una ocasión clara o incluso en un gol sencillo. A lo largo de una temporada, ese pequeño aumento de acciones de alto riesgo suma goles al total del campeonato.
Otro detalle táctico está en cómo se ataca el área. Los equipos son mejores estructurando el juego en el último tercio: un extremo fija la línea, un lateral se mete por dentro, y un mediocampista llega tarde entre centrales. Esas carreras coordinadas generan ocasiones “fáciles”, que elevan el número de goles: remates desde seis a doce metros, más repetibles que los disparos de larga distancia.
Las jugadas a balón parado han ganado peso, y en muchos partidos de Serie A marcan la diferencia entre un 1–0 controlado y un 3–2 lleno de vaivenes. Los clubes invierten más en entrenadores especializados, mejores lanzadores y rutinas de bloqueo detalladas. Incluso equipos con dificultades para crear en juego abierto pueden producir un valor ofensivo alto desde córners y faltas laterales, lo que aumenta el promedio goleador de la liga.
También ha mejorado el comportamiento dentro del área. Se ve a más equipos atacando activamente segundas jugadas y rechaces. En lugar de un delantero aislado contra dos centrales, muchas acciones incluyen tres o cuatro corredores. Eso significa que un disparo detenido no termina el peligro: se convierte en una oportunidad de remate posterior. Estos goles “desordenados” cuentan igual que un gran disparo y, a lo largo del año, suman mucho.
Además, existe un componente psicológico: cuando los equipos asumen que habrá momentos de ida y vuelta, atacan con menos miedo tras encajar. En ciclos anteriores, ir 1–0 abajo podía generar pánico. En 2024–25, muchos responden con un empuje más estructurado —presión más alta, circulación más rápida y más presencia en el área—, lo que aumenta la probabilidad de empatar y produce secuencias de intercambio constante.

La Serie A ha afinado su reclutamiento. Los clubes que no pueden igualar el gasto de la Premier League han apostado por fichajes más específicos: delanteros con mayor eficacia, extremos capaces de desequilibrar en el uno contra uno, y mediocampistas que filtran pases verticales bajo presión. Cuando la liga, en conjunto, añade incluso un pequeño salto de calidad en creación y definición, el promedio de goles crece sin necesidad de cambios drásticos en las reglas.
Otro factor es la evolución del rol del “9” en Italia. Hay más delanteros cómodos recibiendo de espaldas, asociándose y atacando el primer palo. Eso genera un volumen más estable de remates dentro del área. Al mismo tiempo, varios equipos cuentan con mediocampistas que aportan goles desde llegadas tardías, lo que reparte la responsabilidad ofensiva y dificulta que el rival neutralice a un solo referente.
La profundidad de plantilla también influye. En muchos equipos, la diferencia entre titulares y suplentes es menor que antes, especialmente en ataque. Los goles tardíos suelen llegar con piernas frescas contra defensas cansadas. Cuando los cambios mantienen la intensidad ofensiva, los partidos no se apagan: se aceleran.
Las condiciones para un fútbol más goleador no parecen pasajeras. Los enfoques que generan transiciones, presiones altas y ataques rápidos se han convertido en lenguaje común de los entrenadores, no en una moda. Además, la formación está produciendo futbolistas con mejor perfil físico y más confianza para jugar hacia delante, lo que sostiene un estilo más abierto durante varias temporadas.
Aun así, el fútbol siempre responde. Si los goles se mantienen altos, el trabajo defensivo se adaptará: estructuras de “rest defense” más sólidas, laterales más contenidos y mejores mecanismos de contra-presión para cortar transiciones. Algunos clubes también podrían reducir el riesgo en salida si los errores cuestan demasiado. Si ese ajuste se extiende por la liga, el promedio puede volver a equilibrarse.
Pero, a fecha de 2025, el auge goleador de la Serie A parece una transformación real, no una casualidad estadística. La liga está generando más situaciones en las que el gol es probable —y cuando el entorno del partido premia la valentía ofensiva, el promedio anotador sube de forma natural.